La vuelta a los entrenamientos o a la práctica de la actividad física tras haber sufrido una lesión no siempre se realiza de la forma adecuada. A veces debido a la ansiedad por volver cuanto antes y en otras ocasiones por no seguir las pautas adecuadas o por la ausencia de un asesoramiento especializado se corre el riesgo no solo de recaer en la lesión si no de producirse alguna otra, incluso más grave.
Cada vez hay más personas que practican deporte o realizan actividades físico-deportivas, lo que es excelente para combatir los males que ocasiona el sedentarismo. Sin embargo, por diferentes motivos, nos encontramos con que los métodos que se usan no son los más adecuados, lo que causa a menudo alteraciones negativas en el sistema músculo esqueléticos. Más de una vez habrás oído hablar de fascitis, tendinitis, roturas fibrilares, esguinces, condropatías, periostitis y un largo etcétera de palabras íntimamente unidas al argot del deportista aficionado.
En este artículo vamos a referirnos concretamente al proceso que sigue a la recuperación de una lesión, al momento con el que se encuentra una persona después de haberse recuperado o casi; ese instante en el que la ansiedad por comenzar puede hacer que la lesión se vuelva crónica. En Health Space San Juan de Dios nos encontramos a diario con esta situación. Y no deja de ser paradójico que la gran mayoría de personas que vienen con alguna dolencia, no han dejado los entrenamientos en ningún momento; es más, se han acostumbrado a entrenarse con dolor.
Si queremos que el ejercicio físico sea una herramienta que nos lleve hacia una vida más activa y saludable, no cabe duda de que el término “dolor”, no puede ser parte del camino. No confundamos la sensación de fatiga muscular o las “agujetas” de 24-48 horas con este dolor al que me refiero.
Para dar la información necesaria que arroje luz sobre este momento y te ayude a comprender qué debes hacer para “salir del bache”, te muestro uno de los caminos clásicos escogidos en la práctica del entrenamiento de re-entrada al deporte que solemos realizar.
Es muy importante que el diagnóstico sobre la lesión en cuestión lo realice un profesional del ámbito sanitario, es decir, un fisioterapeuta o un médico traumatólogo o rehabilitador; no un entrenador, un monitor o un preparador físico y mucho menos un “gurú de gimnasio”. Y será él quien se encargue de la primera fase del proceso, que se compone de, entre otros aspectos, la reducción del dolor, la administración de la medicación necesaria -obviamente esto sólo el médico- la interrupción de la atrofia muscular, la utilización de las técnicas terapéuticas manuales o de terapia física necesarias para reducir los procesos inflamatorios, el mantenimiento de la adecuada movilidad, la activación de la propiocepción (a niveles terapéuticos) etc.
Pasado este momento debes caer en las manos de una persona dedicada, como especialidad, a lo que ahora se denomina readaptación deportiva, o el proceso mediante el cual la persona se somete a un sistema de ejercicios concretos y específicos encaminados a acelerar el proceso de la recuperación deportiva.
En este momento, después de cualquier periodo de “parón”, deberás entrenar la estabilidad articular y la movilidad específica; y aprovechar también para corregir posibles desequilibrios musculares que te puedan hacer recaer o incluso sufrir alguna otra lesión.
No te impacientes, esta fase durará el tiempo que estime tu preparador o preparadora, e irá relacionado con tus sensaciones y con los resultados de las diferentes evaluaciones y test que te realice.
La segunda fase corresponde a la realización de movimientos más complejos si los comparamos con los de la primera fase, pero sin llegar a alcanzar niveles de coordinación muy exigentes. Además, se optimiza el entrenamiento propioceptivo, siempre y cuando no existan sensaciones dolorosas o de inestabilidad articular “no buscada”. Esto no es convertir la sesión en un circo donde te pareces más a un funanbulista mareado que no un deportista trabajando su equilibrio dinámico.
Superada esta fase, toca mejorar la fuerza (ya lo has estado haciendo en cierta manera) mediante ejercicios con sobrecargas externas. Y es la hora de integrar el trabajo en los movimientos y situaciones específicas de tu deporte. Es el momento de una adecuada diagnosis para saber si estamos al 75 por ciento, valor relativo, por supuesto. Aquí estaríamos en la antesala de salir a la palestra sanos y salvos.
Y llegamos al final. Lo que todo deportista ya sea profesional o amateur desea es que la pesadilla se acabe. Toca recuperar la capacidad de entrenar continuamente, de entrenar lo que se denomina la “capacidad de carga ilimitada”, de realizar ejercicios con las principales formas de esfuerzo motriz. Es la hora de que los movimientos específicos comiencen a acelerarse -los de sobrecarga externa también- y la complejidad coordinativa sea más exigente.
Obviamente las dosis de estímulo, en cantidad, en calidad, en frecuencia o en descanso, no serán iguales para todos. Ni para todos los tipos de lesiones. Y mucho menos es igual para el deportista profesional que para el recreacional.
No olvides aquel sabio consejo: “La paciencia es la madre de todas las ciencias”. Y recuerda también que no hay nada peor que no poder volver a jugar a aquello que tanto te gusta.